“La muchacha no intentó gritar,
no se movió, no hizo ningún gesto
de rechazo y él, por su parte, no la miró.
No vio su bonito rostro salpicado de pecas,
los labios rojos, los grandes ojos verdes
y centelleantes, porque mantuvo
bien cerrados los propios mientras
la estrangulaba, dominado por una única
preocupación: no perderse absolutamente
nada de su fragancia.”